Buscar este blog

miércoles, 13 de agosto de 2025

EL SEGUNDO VIGILANTE Y SU RESPONSABILIDAD EN LA FORMACIÓN DE LOS APRENDICES MASONES - Anexo: Plan de formación progresiva para el Aprendiz Masón -

 


Sentado en el Sur, donde el Sol alcanza su cenit y la luz se encuentra en su apogeo, el S V representa simbólicamente el mediodía de la existencia: la juventud, la fuerza y el crecimiento interior. Esta posición no es meramente decorativa; representa el momento en que la energía vital está disponible en plenitud para la construcción. Por eso, es justamente en esta fase simbólica que se encuentran los Hermanos Aprendices, quienes han sido recién introducidos al templo y deben ser guiados con claridad, firmeza y ternura por alguien que entienda que formar es una forma de amar. Aquel que ocupa el sur no es solo un oficial de la logia: es el pedagogo, el centinela, el sembrador. En sus manos reposa la responsabilidad silenciosa pero decisiva de acompañar los primeros pasos de quienes inician el camino del Arte Real.

El título de S V implica, en primer lugar, vigilancia activa. No se trata de controlar, sino de observar con atención amorosa, de acompañar con discernimiento, de custodiar el proceso interior de transformación que cada A M inicia desde su ceremonia de iniciación. Esta vigilancia se ejerce en múltiples planos: en el plano ritual, asegurándose de que el Aprendiz conozca y practique correctamente los signos, toques, palabras y principios del grado; en el plano simbólico, ayudándole a leer los emblemas y herramientas con profundidad; y en el plano moral, siendo guía en la vivencia de los valores masónicos, tales como el silencio, la humildad, el trabajo constante, la rectitud, la fraternidad y el respeto a la tradición.

El Segundo Vigilante tiene la responsabilidad de abrir al Aprendiz las puertas del templo interior. Su función no se agota en preparar para un examen ritual, sino que consiste, ante todo, en formar iniciáticamente. Es decir, en ayudar a cada nuevo hermano a interiorizar el sentido profundo de los símbolos, a reflexionar sobre su propia piedra bruta, y a comenzar —con esfuerzo, paciencia y constancia— la ardua tarea del perfeccionamiento de sí mismo. No basta con transmitir información: es necesario despertar una conciencia. No basta con enseñar gestos: hay que sembrar sentido.

Esta labor no se realiza en solitario ni desde la abstracción. Requiere estructura, método, tiempo y contacto humano. Por eso, resulta muy útil que el S V organice encuentros regulares con los Aprendices, fuera de la tenida, donde puedan compartir lecturas, plantear preguntas, repasar rituales y, sobre todo, construir comunidad. Una pedagogía fraterna exige cercanía, empatía y paciencia. La enseñanza masónica no se impone; se inspira. Por ello, cada conversación, cada corrección, cada gesto de apoyo tiene un peso formativo incalculable. Así como la piedra no se pule de un solo golpe, el espíritu del Aprendiz se forma en el lento trabajo del ejemplo y la repetición.

Es recomendable que el S V lleve un seguimiento personal de cada Aprendiz, conociendo su progreso, sus dudas, su actitud en tenida, y su evolución como hombre o mujer libre y de buenas costumbres. Puede ser muy beneficioso mantener con cada uno de ellos una conversación fraterna, íntima, sin rigidez, donde puedan abrir el corazón, compartir sus inquietudes, y recibir orientación. De igual modo, es deseable que los motive a trabajar intelectualmente, a escribir sus primeras planchas, a estudiar los textos fundamentales de la Orden, y a comenzar a desarrollar un pensamiento simbólico propio.

 En términos más prácticos, resulta eficaz que el S V disponga de un pequeño plan de formación: que divida los temas según el tiempo de estadía en el grado, comenzando por la ceremonia de iniciación, los principios del grado, el simbolismo de las herramientas, y progresivamente introduzca al Aprendiz en temas éticos y filosóficos. Este plan no debe ser rígido ni académico, sino un camino vivo, adaptado a cada hermano, pero sostenido por una lógica de progresión interior. A medida que se acerca el momento del pase, el S V debe preparar al Aprendiz no sólo en lo técnico, sino en lo esencial: en si ha comprendido verdaderamente lo que significa ser iniciado, y si ha comenzado a vivir la Masonería en sus actos, no solo en sus palabras.

Nada de esto será eficaz si el S V no encarna él mismo lo que enseña. El ejemplo es el verdadero maestro. Un Vigilante que exige puntualidad, pero llega tarde, que predica el estudio, pero no estudia, que habla de fraternidad, pero no escucha ni acompaña, pierde autoridad moral ante los ojos del Aprendiz. En cambio, cuando el Aprendiz ve en su Vigilante un Hermano coherente, humilde, firme pero justo, estudioso y fraterno, entonces lo admira y, por tanto, lo escucha. La pedagogía masónica es, ante todo, una pedagogía del ser.

El S V debe también actuar en estrecha colaboración con el P V y con el V M, informando sobre los progresos de los Aprendices, aconsejando sobre su madurez para pasar al grado de Compañero, y solicitando el apoyo de otros Maestros para reforzar el proceso formativo cuando sea necesario. Formar no es tarea de un solo hermano, sino una responsabilidad colectiva; pero recae en el S V la dirección de esa sinfonía, como un director de orquesta que escucha, corrige y anima sin ahogar la voz individual de cada instrumento.

Finalmente, conviene que el S V no se olvide de formar también a su propio sucesor. Todo oficio es transitorio, pero el legado de una buena formación se perpetúa. Si logra sembrar en los Aprendices la semilla del estudio, de la introspección, del servicio y del amor al símbolo, entonces habrá cumplido con honor su deber. En cambio, si reduce su función a formalismos sin alma, o delega su responsabilidad sin involucrarse, habrá fallado a su logia y al Espíritu que la anima.

El S V es, en el fondo, un artesano de conciencias. A él se le confía la luz del mediodía para que alumbre el sendero de quienes empiezan. Que lo haga con la serenidad del Sol en lo alto: sin estruendo, sin sombra, pero con toda la claridad de la Verdad que solo se revela a quienes trabajan con rectitud, perseverancia y amor fraternal.

Esta labor no se realiza en solitario ni desde la abstracción. Requiere estructura, método, tiempo y contacto humano. Una pedagogía fraterna exige cercanía, empatía y paciencia. La enseñanza masónica no se impone; se inspira.

Además de guiar el aprendizaje de los principios del grado y la correcta ejecución de los signos, el S V debe procurar que los Aprendices reciban un plan de formación progresiva para el aprendiz masón

Estas temáticas no deben ser impartidas como lecciones rígidas, sino como invitaciones a la reflexión personal y colectiva. Es preferible que el Aprendiz descubra por sí mismo, a partir de preguntas guiadas, el significado profundo de los símbolos, para que la enseñanza toque su espíritu y no sólo su memoria. El S V debe ser, pues, un facilitador de sentido, un sembrador de inquietudes, un Hermano que muestra caminos más que soluciones cerradas.

  

ANEXO

PLAN DE FORMACIÓN PROGRESIVA PARA EL APRENDIZ MASÓN

Guía práctica para el Segundo Vigilante

 1. Primeras semanas tras la iniciación: Etapa de integración inicial — comprensión de la experiencia vivida

-El sentido profundo de la ceremonia de iniciación: estructura, simbolismo, vivencia personal.

-El ingreso en la logia: derechos, deberes del Aprendiz y compromisos asumidos.

-El templo masónico: significado del Oriente, Occidente, Sur, columnas, cuadro de logia, tres grandes luces, tres columnas.

-La disciplina del silencio y de la escucha.

 2. Primer ciclo de formación: Asimilación ritual y primeras herramientas simbólicas

-Principios del grado de Aprendiz: repaso y comprensión profunda.

-Las herramientas del Aprendiz: La piedra bruta, el mazo, el cincel y la regla de veinticuatro pulgadas.

-Reflexión sobre el trabajo del Aprendiz como símbolo del trabajo interior.

 3. Segundo ciclo de formación: Exploración simbólica y moral

-La Escuadra: símbolo de rectitud moral y de justicia.

-El Compás: dominio de sí mismo, equilibrio interior.

-Las tres grandes luces (Escuadra, Compás y Volumen de la Ley Sagrada).

-Las tres columnas (Sabiduría, Fuerza y Belleza).

-Reflexión sobre los principios de libertad, igualdad y fraternidad en la vida del Aprendiz.

 4. Tercer ciclo de formación: Apertura a la dimensión filosófica y ética de la Masonería

-El método simbólico como vía de autoconocimiento.

-El Arte Real como vía de transformación del ser.

-La discreción masónica: dimensión ética y prudencial.

-El trabajo interior como tarea permanente: perfeccionamiento personal.

-La importancia de la humildad y del servicio en la vida masónica.

 5. Cuarto ciclo de formación — etapa de maduración: Preparación hacia el pase de grado

-Revisión completa de los principios del grado y ritual.

-Estudio reflexivo de textos fundamentales (Constituciones de Anderson, rituales antiguos, planchas clásicas de la Orden).

-El sentido de la progresión de los grados: Aprendiz, Compañero, Maestro.

-La vida masónica fuera del Templo: conducta profana y coherencia iniciática.

-Reflexión personal: ¿Qué he aprendido como Aprendiz? ¿Estoy preparado para solicitar el aumento de salario? ¿Qué aspectos debo seguir trabajando?

 Principios metodológicos para el Segundo Vigilante

-Fomentar la reflexión, no la mera memorización.

-Estimular la participación activa en círculos de estudio.

-Usar preguntas abiertas que inviten al pensamiento simbólico.

-Promover el trabajo escrito: pequeñas planchas o reflexiones.

-Mantener siempre un espacio de diálogo personal con cada Aprendiz.

-Evaluar no sólo el conocimiento ritual, sino la madurez moral y la actitud general.

-Este plan es naturalmente flexible: cada logia y cada Hermano tiene su propio ritmo.

-El Segundo Vigilante debe actuar con discernimiento, adaptando la profundidad y el enfoque de los temas a la evolución de sus Aprendices.


lunes, 4 de agosto de 2025

EL ALTAR DE LOS VOTOS, CORAZÓN ESPIRITUAL DEL APRENDIZ MASÓN Y SU RELACIÓN CON EL MANDIL DEL PRIMER GRADO

 


En el centro del templo, bajo la cúpula invisible de lo eterno, donde convergen los puntos cardinales del espacio simbólico y espiritual, reposa el altar de los votos, testigo silencioso del acto más sagrado del aprendiz masón: la entrega de su ser al arte real. Su presencia, aunque discreta, resplandece como una antorcha interior que señala el núcleo de toda experiencia iniciática. No es un mueble más en el decorado del rito, ni una escenografía ritual: es el corazón viviente del taller, donde se teje el lazo entre lo humano y lo divino, entre el polvo y la llama, entre el mundo exterior y el santuario del alma.

En ese instante fundacional -genuflexión ante el ara, venda en los ojos, mano sobre la Libro Sagrado, la escuadra y el compás- el aprendiz no hace simplemente un juramento: celebra un pacto con su propio destino. Y no lo hace ante una institución, sino ante una instancia mayor: el G A D U Como Moisés ante la zarza o Sócrates ante su daimon, el iniciado se enfrenta a lo numinoso. El altar se transforma entonces en el lugar del fuego invisible, donde arde la palabra sagrada, y donde cada vocal del juramento vibra con un eco eterno.

El altar es el eje invisible que une el cielo con la tierra, y ante él el aprendiz pronuncia sus votos. Votos que no son simples palabras ni compromisos formales, sino actos de creación interior. En ese instante, la palabra se vuelve carne simbólica, y el silencio ritual es la matriz donde germina el nuevo ser. Quien pronuncia sus votos ante el altar, consagra su intención, renuncia al caos profano y se alía con la luz. Es un acto fundacional, como lo es el primer latido del corazón: invisible, íntimo, esencial.

 Todo lo que el aprendiz experimenta en ese momento está cargado de símbolos que el tiempo irá revelando. La venda sobre sus ojos le recuerda que el conocimiento comienza en la oscuridad, que es preciso renunciar a la arrogancia de ver para poder comprender. La espada que lo roza simboliza la muerte de la ignorancia y la presencia de la justicia. Y el altar es el axis mundi de esa escena arquetípica: el centro donde se cruzan el arriba y el abajo, el adentro y el afuera, el silencio y el verbo.

 Es allí, y no en otro lugar, donde se pronuncia la palabra más importante: compromiso. Porque todo aprendiz es, ante todo, un comprometido con su propio proceso de transfiguración. En la piedra bruta del ser habita la promesa de una obra maestra. Pero sin voto, sin intención consagrada, esa piedra permanece dormida. El altar es entonces el recordatorio perpetuo de ese acto de voluntad: una voluntad orientada, como diría Hegel, hacia la realización de la libertad en la forma concreta del deber moral.

Nada de lo que ocurre después en la vida del masón está desligado de ese instante. Cada golpe del mallete, cada palabra escuchada en la logia, cada símbolo contemplado en el templo, tiene su raíz en ese compromiso silencioso. Porque allí, en el centro, el aprendiz no solo ha prometido lealtad a la orden, sino fidelidad a su propia búsqueda interior. Ha inscrito en su alma una ley: la de avanzar, de transformarse, de purificarse. El altar, entonces, no queda atrás. Se convierte en una llama encendida que ilumina cada paso que da.

El altar no representa únicamente el centro geográfico del templo. Es el corazón espiritual del aprendiz. Allí reposa la palabra, signo sagrado de la sabiduría. Allí están la escuadra y el compás, herramientas del equilibrio y la justa medida. Y allí ocurre algo aún más profundo: el aprendiz se convierte, en sí mismo, en un altar viviente. Su corazón se consagra como espacio del voto, su conciencia como templo del verbo, su voluntad como llama perpetua. El altar no solo simboliza ese corazón espiritual: lo es en sí mismo. Es su centro vital, el lugar donde nace el impulso iniciático, el punto donde se entrelazan el anhelo de sentido y la ética del trabajo interior. Así como el corazón físico impulsa la vida en el cuerpo, el altar impulsa la vida espiritual del masón, recordándole sin cesar su razón de ser, su deber de crecer y la nobleza de su vocación.

Las tradiciones espirituales ancestrales de América Latina, tan ricas en simbología del centro sagrado, del fuego comunal, del altar natural, resuenan aquí también. El masón, heredero de múltiples linajes simbólicos, eleva su compromiso no solo en lo personal, sino en comunión con lo colectivo. El altar masónico, como el templo de la palabra verdadera entre los pueblos originarios, es lugar de conexión con los ancestros, con la tierra, con la trascendencia.

Por eso, cada vez que el aprendiz entra al templo, debería mirar el altar con reverencia silenciosa. No como quien observa un objeto, sino como quien reconoce un espejo: allí está su compromiso, su deber, su verdad. Allí descansa lo más elevado de su conciencia, aguardando ser reavivado en cada gesto, en cada silencio, en cada acto justo. Porque aquel que no olvida el altar que lo vio nacer, nunca se extravía del camino de la luz.

El aprendiz llega al altar llevando sobre sí el mandil, prenda humilde y a la vez solemne. Blanco, símbolo de pureza, pero también de inicio. Simple, como el corazón que aún no ha sido tallado por la experiencia. El mandil no es adorno: es signo de trabajo, de disposición, de humildad activa. Y no es casual que se lleve en el momento del juramento. El mandil y el altar se reflejan mutuamente. Uno se viste; el otro se enfrenta. Uno cubre la región donde habita el deseo; el otro arde con el fuego del espíritu. El mandil oculta la materia indócil; el altar revela la vocación superior. Ambos se encuentran en el mismo acto: el aprendiz jura, y en su cuerpo y en su gesto el símbolo se encarna.

Cuando el aprendiz se acerca ante el altar, su aptitud se inclina como quien entrega su razón al discernimiento superior. Su mano se posa sobre las tres grandes luces, y en ese contacto simbólico con la verdad revelada, la moral recta y la sabiduría activa, su alma se alinea con el eje del cosmos. El mandil en su cintura recuerda que está llamado a trabajar, que su deber no es contemplar sino construir, no es simplemente saber, sino vivir conforme al símbolo. El altar lo consagra; el mandil lo compromete.

Filosóficamente, este momento expresa el tránsito del ser natural al ser ético. Allí donde antes el hombre vivía en la dispersión, en el vaivén de las pasiones, ahora se ordena hacia un fin superior. El voto ante el altar es la decisión de la conciencia de orientarse hacia la unidad, de ascender desde el caos hacia la armonía. Pero esta ascensión no se realiza por la sola intención, sino por el trabajo constante, por la obediencia a la ley del compás y de la escuadra, por la fidelidad al ideal. El mandil lo recuerda en cada tenue roce, como una segunda piel que acompaña el esfuerzo iniciático.

El altar, elevado del suelo, señala la necesidad de alzarse espiritualmente. No se jura en el polvo, sino en la elevación. Y, sin embargo, se jura con los pies sobre la tierra, con el cuerpo que permanece en lo bajo. Aquí se revela el misterio: el aprendiz es puente entre mundos. Su mandil lo arraiga al trabajo, al polvo, a la tarea inacabada. El altar lo llama al cielo, al verbo, a la luz. En esa tensión se encuentra el drama iniciático.

El mandil y el altar, juntos, trazan una geometría espiritual. El primero marca la base del templo, el lugar del esfuerzo, de la materia. El segundo señala su cima invisible, donde reposa la palabra. Entre ambos se alza el aprendiz, templo viviente, promesa del hombre nuevo.

Así, el altar de los votos no es solo el lugar donde se jura: es el espejo del alma, la forja del destino masónico. Y el mandil no es solo vestidura: es escudo y testimonio, es sello de la labor futura. Ambos, en silencio, acompañan al aprendiz en su primer paso hacia la luz. Y desde ese instante, toda su existencia quedará marcada por ese encuentro. Porque quien ha jurado ante el altar y ha ceñido el mandil, ya no camina solo: lleva en su pecho la huella del símbolo, y en sus manos la misión de ser constructor de sí y del mundo.


miércoles, 30 de julio de 2025

RELACIONES EXISTENTES ENTRE LAS COLUMNAS DE LA FUERZA Y DE LA BELLEZA CON EL PRIMER VIGILANTE

 

Este es el tercer trabajo de cinco, donde pretendo, desde una profundidad académica y bibliográficamente documentada, hacer claridad sobre las relaciones existentes entre las tres luces -sabiduría, fuerza y belleza- con los Dignatarios del Taller -venerable maestro, primer vigilante y segundo vigilante- como también con los órdenes arquitectónicos clásicos -jónico, dórico y corintio. 

La arquitectura sagrada del templo masónico no es arbitraria, sino expresión visible de una cosmogonía interior. Las columnas que lo sostienen –sabiduría, fuerza y belleza– son principios vivos, energías que conforman y equilibran el trabajo del alma en construcción. En medio de esta tríada simbólica, el primer vigilante, sentado en el occidente, se erige como el guardián del tránsito entre la luz del oriente y la experiencia del mundo. A él se le asocia, tradicionalmente, la columna de la fuerza; pero su función, más profunda, también se entreteje con la belleza, pues esta no puede manifestarse sin la dirección de una fuerza interiormente cultivada.

La fuerza que representa el primer vigilante no es la rudeza ni la imposición, sino aquella potencia del alma que ha sido encauzada mediante la educación moral y el rigor iniciático. Es la capacidad de sostenerse erguido ante el caos, de resistir las pasiones, de actuar con firmeza sin perder la dirección. Walter Leslie Wilmshurst[1] lo expresa con claridad al afirmar: “La fuerza no debe entenderse como violencia, sino como esa cualidad del alma que permanece firme ante las pruebas del sendero iniciático” -El Significado de la Masonería-. el primer vigilante, como columna de la fuerza, sentado en el occidente, simboliza ese pilar interior que permite que el templo no se derrumbe ante las tormentas del mundo profano.

Sin embargo, esta fuerza, sin la mediación de la belleza, puede convertirse en dureza, en rigidez, en ceguera de propósito. Aquí es donde emerge la conexión profunda entre el primer vigilante y la columna de la belleza, tradicionalmente asociada al segundo vigilante. Si bien no le corresponde custodiarla directamente, su acción debe sostenerla. La belleza es la manifestación armónica de lo que la fuerza ha posibilitado. Jules Boucher[2] indica: "El primer vigilante, situado en occidente, es el guardián de la columna de la fuerza, principio activo y riguroso que sostiene el edificio como la voluntad sostiene el alma en el esfuerzo hacia la luz." -El Simbolismo Masónico-. Así, el primer vigilante no crea la belleza, pero la hace posible.

Desde esta perspectiva, el primer vigilante se convierte en el mediador entre el impulso y la forma, entre la voluntad y la estética, entre el ideal y su realización visible. Oswald Wirth[3] señala que “la columna de la fuerza está en relación directa con la voluntad dirigida por la razón” -El simbolismo hermético-, y añade que sin la armonía que representa la belleza, esa voluntad puede volverse ciega. En el plano simbólico, el primer vigilante convierte en obra terminada el trabajo del segundo vigilante que es el labrador de la piedra en bruto con el aprendiz. No se trata de etapas separadas, sino de momentos complementarios de una misma alquimia del alma.

El lugar del primer vigilante en el occidente no es fortuito: allí se pone el sol, símbolo de la madurez de la conciencia, del juicio que evalúa lo que ha sido construido durante el día. Es el lugar del discernimiento, de la vigilancia moral, del control del trabajo. René Guénon[4], en Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, sugiere la columna del primer vigilante, representa “la fuerza estabilizadora en el plano de la manifestación”. Esta estabilidad no puede entenderse sin el equilibrio que proporciona la belleza. La relación, entonces, no es jerárquica, sino circular: la fuerza permite que surja la belleza, y la belleza da sentido, forma y propósito a la fuerza.

Albert G. Mackey[5] también observa esta interdependencia al decir: “Mientras la Fuerza sustenta y la Sabiduría dirige, la Belleza adorna. Sin embargo, el adorno no puede perdurar a menos que la Fuerza lo sostenga.” -Enciclopedia de la Francmasonería-. De este modo, el primer vigilante no sólo dirige el trabajo del compañero, sino que lo orienta, desde la columna de la fuerza hacia una armonía futura, aún no visible, pero ya latente en la disciplina y el orden que impone.

Finalmente, el primer vigilante no debe entender su oficio como mera función administrativa. Su papel es profundamente espiritual: representa el tránsito entre el poder bruto y la forma elevada, entre la voluntad de construir y la visión de lo que debe construirse. Su fuerza es camino hacia la belleza. Su vigilancia no es control, sino iluminación del trabajo. Él mismo, como oficial y como símbolo, se encuentra en constante transformación, porque en el sendero iniciático la fuerza verdadera no se impone, sino que se transfigura.

Así, las columnas de la belleza y de la fuerza no se encuentran separadas en el trabajo del primer vigilante. Son los dos pilares que sustentan su acción: la firmeza que no cede ante el error y la armonía que se anticipa en la disciplina. Él no sólo guarda una columna: se convierte él mismo en columna viviente del templo.

Al contemplar la columna del occidente, donde el primer vigilante se yergue como centinela entre el crepúsculo y la luz que declina; su presencia, austera pero firme, me ha enseñado que su columna no es otra que la de la fuerza, pero no una fuerza exterior, sino aquella que se cultiva dentro: la fuerza que impide claudicar en medio de la confusión, que llama al orden cuando las pasiones desbordan la razón, que mantiene erguida la piedra aún inacabada mientras se prepara para recibir la belleza.

He comprendido que, aunque pueda colaborar con la belleza -y en cierto modo anticiparla-, su verdadera misión está íntimamente unida a la columna de la fuerza. Es esa columna la que sostiene su palabra, su autoridad y su deber de vigilar el trabajo en sus segundas etapas. La belleza necesita de la fuerza, pero la fuerza no puede olvidarse de sí misma ni diluirse en la forma antes de estar plenamente forjada.

Por eso, cuando observo al primer vigilante en su sitial, lo reconozco como un espejo de lo que yo mismo debo conquistar: una firmeza sin dureza, una vigilancia sin tiranía, una fuerza interior que permita al alma mantenerse en pie mientras transita el sendero iniciático. Él es el guardián de occidente, por tanto, el custodio del carácter, de la constancia y de la edificación sólida. su relación con la belleza es la del sembrador con la flor: sin su trabajo oculto, no hay flor visible; pero la flor no es suya, sino de aquel que supo sembrar con fuerza, con disciplina y con fe en la armonía que vendrá.

Así entiendo hoy al primer vigilante: servidor de la fuerza, prefigurador de la Belleza, constructor del equilibrio.

Reflexión final

El primer vigilante es más que un vigilante de la fuerza: es un mediador entre la potencia y la forma, entre el impulso de construir y la armonía del resultado. Así, la columna de la belleza, aunque presidida por el segundo vigilante, resplandece en el trabajo que el primer vigilante guía, pues sin estructura no hay armonía, y sin armonía no hay perfección iniciática.

 

Citas de autores masónicos sobre la Columna de la Fuerza y el Primer Vigilante

1. W.L. Wilmshurst: – El significado de la masonería, capítulo sobre los Oficiales de la Logia.

  “La Fuerza no debe entenderse como violencia, sino como esa cualidad del alma que permanece firme ante las pruebas del sendero iniciático; y el Vigilante que la custodia es el instructor del alma en esta disciplina.”

2. Oswald Wirth: – El simbolismo masónico, capítulo sobre los Vigilantes.

“La Columna de la Fuerza está en relación directa con la voluntad dirigida por la razón; el Primer Vigilante representa esta voluntad ya formada que se aplica al mundo exterior.”

3. Jules Boucher: – El Simbolismo Masónico, sección sobre las Columnas.

“La Columna B y su correspondiente Vigilante son la manifestación terrestre de una fuerza espiritual que sostiene el Templo; la vigilancia consiste en canalizar esa fuerza para el uso moral del iniciado.”

4. René Guénon: – Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, entrada sobre las columnas del Templo.

“B representa la fuerza estabilizadora en el plano de la manifestación; el Primer Vigilante, en su función, guarda este principio en su expresión humana: la rectitud en la acción.”

5. Jean-Marie Ragon: – Curso Filosófico e Interpretativo de Iniciaciones Antiguas y Modernas.

 “El Primer Vigilante simboliza el poder moderado por la sabiduría; se encuentra al occidente para recordar al iniciado que el sol se oculta tras la fuerza, no para extinguirla, sino para transmutarla en nueva luz.”

6. Albert G. Mackey: – Enciclopedia de la Francmasonería, entrada sobre "Primer Vigilante".

“El Vigilante Mayor representa la columna de la Fuerza, y desde esta posición simbólica ayuda a preservar el orden y dirige las labores del día.”

7. Manly P. Hall: – Las Enseñanzas Secretas de Todas las Épocas, sección sobre arquitectura simbólica.

“Entre los pilares de la Sabiduría y la Fuerza se encuentra el equilibrio del alma. El Guardián Mayor es el guardián de la Fuerza, no para dominar, sino para apoyar.”

 

Citas de autores masónicos sobre la relación entre la Columna de la Belleza y el Primer Vigilante

1. Oswald Wirth:El simbolismo masónico, capítulo sobre los tres pilares.

“Fuerza y Belleza no pueden oponerse sin destruir el equilibrio del Templo. El Primer Vigilante, como columna de B, actúa en armonía con la Belleza que ha de manifestarse en la construcción espiritual.”

2. Jules Boucher:  El Simbolismo Masónico, sección sobre el simbolismo de los grados.

 “La Belleza no surge sin el temple previo de la Fuerza. El Primer Vigilante, al dirigir la piedra en bruto, anticipa la Belleza que el Segundo Vigilante desarrollará. Son funciones complementarias en la edificación del ser.”

3. W.L. Wilmshurst: – El Significado de La Masonería, capítulo sobre las columnas.

“El Primer Vigilante guía el principio activo de la voluntad, pero este debe encontrar su forma en la Belleza. Sin tal forma, la Fuerza carece de sentido. Así se revela que toda estructura espiritual es también obra de arte.”

4. Albert G. Mackey: – Enciclopedia de la Francmasonería, entrada sobre “Belleza”.

  “Mientras la Fuerza sustenta y la Sabiduría dirige, la Belleza adorna. Sin embargo, el adorno no puede perdurar a menos que la Fuerza lo sostenga. El Primer Vigilante sostiene la estructura que la Belleza completará.”

5. Manly P. Hall: – Las Enseñanzas Secretas de Todas las Épocas, sección sobre arquitectura masónica.

“Los tres pilares son tres aspectos de una misma verdad. El Primer Vigilante debe velar por que la Fuerza se exprese con gracia; de lo contrario, el templo carece de alma. El arte del constructor comienza con la fuerza y ​​termina con la belleza.”

6. René Guénon: – Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, entrada sobre los principios ternarios.

 “En toda cosmogonía tradicional, la fuerza generadora necesita de un molde que le dé forma armoniosa. Tal es la relación entre la Fuerza del Primer Vigilante y la Belleza que culmina la obra.”

7. Jean-Marie Ragon: – Curso filosófico e interpretativo de las iniciaciones antiguas y modernas, sección sobre los Oficiales de Logia.

“La Belleza no es mero adorno sino expresión visible del equilibrio interno. El Primer Vigilante, si bien no la representa directamente, prepara las condiciones para que esta se manifieste.”


[1] Walter Leslie Wilmshurst (22 de junio de 1867 - 10 de julio de 1939). fue un autor inglés y masón. Publicó cuatro libros sobre la masonería inglesa y muchos artículos en La Revista de lo Oculto. Libros: El significado de la masonería (1922), La ceremonia de iniciación (1932), La ceremonia del fallecimiento, Notas sobre la Conciencia Cósmica y Iniciación Masónica (1924).

[2] Jules Eugène Boucher​ ​ (28 de febrero de 1902-9 de junio de 1955), fue un escritor, ocultista, alquimista, masón y gran maestro francés.​ Su libro El Símbolo Masónico es utilizado como un manual entre los masones franceses.​Boucher publicó varios artículos sobre alquimia y masonería en las revistas: Simbolismo, tu Felicidad e Iniciación y Ciencia.

[3]  Oswald Wirth. (5 de agosto de 1860, Brienz, Suiza - 9 de marzo de 1943) Gran conocedor de las tradiciones antiguas, escribió varias obras que han llegado a nuestros días como auténticos clásicos del mundo iniciático y el simbolismo, como los famosos manuales de Aprendiz, Compañero y Maestro, El ideal iniciático, El simbolismo astrológico, El simbolismo hermético y su relación con la alquimia y la francmasonería, Hermetismo y francmasonería, La imposición de las manos, Tarot y el arte de la memoria y Teoría y símbolos de la filosofía hermética. También es autor del conocido como «Tarot de Wirth», uno de los más ampliamente difundidos en todo el mundo

[4] René Guénon o Abd al-Wâhid Yahyâ (15 de nov. de 1886 -7 de ene. de 1951) fue un matemático, masón, filósofo y esoterista francés Es conocido por sus publicaciones de carácter filosófico espiritual y su esfuerzo en pro de la conservación y divulgación de las tradiciones espirituales. Fue un intelectual que sigue siendo una figura influyente en el dominio de la metafísica. Obras Masónicas: El Simbolismo de la Cruz, Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, La Gran Tríada, Autoridad Espiritual y Poder Temporal

[5] Albert Gallatin Mackey (12 de marzo de 1807-20 de junio de 1881) fue un médico y escritor estadounidense, conocido por sus libros y artículos acerca de la francmasonería, en particular por los landmarks. Albert G. Mackey es conocido por su prolífica obra sobre masonería, destacándose por su análisis profundo del simbolismo, la historia y la ley masónica. Entre sus obras más importantes se encuentran: El Simbolismo de la Masonería, Léxico de la masonería, Enciclopedia de la Francmasonería y Manual de la Logia (Un manual que ofrece instrucciones para los grados de Aprendiz, Compañero y Maestro Masón, así como ceremonias como instalaciones y dedicaciones).


sábado, 19 de julio de 2025

RELACIONES EXISTENTES ENTRE LA COLUMNA DE LA SABIDURÍA CON EL VENERABLE MAESTRO

 


Este es el segundo trabajo de cinco, donde pretendo, desde una profundidad académica y bibliográficamente documentada, hacer claridad sobre las relaciones existentes entre las tres luces -sabiduría, fuerza y belleza- con los Dignatarios del Taller -venerable maestro, primer vigilante y segundo vigilante- como también con los órdenes arquitectónicos clásicos -jónico, dórico y corintio. -

 La columna de la sabiduría se erige en el templo masónico como uno de los tres principios fundamentales que sostienen el edificio simbólico de la obra. Situada en el oriente, esta columna representa no solo un atributo operativo, sino la irradiación de una dimensión superior del espíritu. es en ese oriente donde se sienta el venerable maestro, cuyo puesto no es de mando autoritario, sino de irradiación espiritual, de guía iniciática, de encarnación de un principio eterno. Así, entre la columna y el venerable se teje una relación no meramente funcional, sino profundamente simbólica, teológica, ontológica y ética.

La sabiduría, en la tradición masónica, no se concibe como mera acumulación de conocimientos, sino como una capacidad de discernimiento espiritual que ordena el caos, da sentido al símbolo y orienta la acción. Jules Boucher[1], en El Símbolo Masónico, nos recuerda que “la sabiduría es el principio ordenador del cosmos masónico, el verbo que estructura la obra, el pensamiento que precede al acto”. Por ello, el venerable maestro no es simplemente un oficial ritualista, sino la encarnación viviente de esa sabiduría que ordena los trabajos, que ilumina el camino del aprendiz, y que vela por la armonía del taller.

La teología masónica, entendida como meditación sobre el misterio del ser y del principio, nos permite ver en la sabiduría un atributo del G A D U. En las escrituras, especialmente en los libros sapienciales, se presenta a la sabiduría como un ser preexistente que estaba con Dios al momento de la creación: “El Señor me poseía al principio de su camino, antes de sus obras de antaño” -Prov. 8:22-. Esta sabiduría no es otra cosa que el logos divino, la palabra arquitectónica mediante la cual todo fue hecho. Así, cuando el venerable maestro ocupa el oriente y se alinea con la columna de la sabiduría, está simbolizando no una autoridad humana, sino una participación simbólica en esa luz primera que todo lo ordena. Él representa, dentro del templo, al logos que crea, instruye y armoniza.

Desde la ontología, el lugar del venerable maestro es un punto de confluencia entre el ser individual y el ser trascendente. Como señala Oswald Wirth[2] en el simbolismo hermético “en sus relaciones con la alquimia y la masonería, el venerable debe dejar de ser un simple individuo para convertirse en un punto transparente de la manifestación del principio”. En este sentido, el venerable maestro no "posee" la sabiduría, sino que se vuelve su canal, su intérprete, su vehículo. No actúa por sí, sino por la luz que representa. Por ello, toda decisión del venerable no puede ser un acto personal, sino el eco de una escucha profunda, de un discernimiento espiritual. La sabiduría no es un atributo que se impone, sino una resonancia que se encarna.

Ética y simbólicamente, la relación entre la sabiduría y el venerable maestro implica un compromiso radical con la verdad, la justicia y la humildad. Como enseña Walter Leslie Wilmshurst[3], “la Sabiduría masónica no es mundana: es una cualidad del alma despertada, una luz interior que ha sido templada por la experiencia, la meditación y el sacrificio personal”. Un venerable sabio no es aquel que siempre tiene la razón, sino aquel que sabe escuchar, que sabe callar, que sabe cuándo hablar, y que, sobre todo, actúa en consonancia con los principios del arte real. Es un servidor de la logia, no su dueño. Su autoridad no nace de su cargo, sino de su coherencia, de su silencio fértil, de su capacidad de elevar y no de dominar.

Desde este punto de vista, la sabiduría se manifiesta como un principio regulador de la acción, como una brújula que mantiene orientado al taller hacia la verdadera luz. Por eso, la columna no está en cualquier lugar del templo, sino en el oriente: allí donde nace el sol, donde se inicia el día, donde se proyecta el destino. El venerable que se sienta en ese trono no debe olvidar que no representa su ego, sino la aurora espiritual del trabajo colectivo. Y como tal, su función es guardar el sentido de la marcha, recordar el propósito, encarnar el ideal.

En la práctica, esto significa que toda tenida debe ser presidida por una actitud interior de sabiduría, tanto en el ritual como en la administración, tanto en las palabras como en los silencios. La armonía de la logia es un reflejo de la sabiduría que la guía. Si el venerable se deja arrastrar por el orgullo, por la arbitrariedad o por el formalismo vacío, la columna de la sabiduría se agrieta, y el templo entero tiembla en su fundamento. Pero si mantiene el centro, si trabaja sobre sí, si se deja fecundar por la luz, entonces el taller florece, y los hermanos se elevan.

Así, la sabiduría no es un objeto que se usurpa, sino una luz que se revela en el acto justo, en la mirada compasiva, en la palabra precisa. Por eso, el oriente es también un lugar de prueba: el Venerable es observado por el G A D U y por la conciencia colectiva del taller. Su dignidad está sujeta al rigor del símbolo, y su voz debe resonar como eco de la palabra verdadera, no como simple expresión de un poder.

 El venerable maestro y la columna de la sabiduría no pueden separarse sin que el templo pierda su orientación. Él es la imagen humana de un principio eterno; la columna, la expresión vertical de esa sabiduría que desciende del alto para ordenar el bajo. El uno se realiza en la otra. Cuando el venerable vive y actúa conforme a esa columna, el templo resplandece; cuando se desvía, el taller cae en sombras. Porque el venerable no es un hombre más: es el guardián del oriente, el centinela del verbo, el sembrador de sentido.

 Así se comprende, entonces, que ser venerable maestro no es simplemente una función administrativa o ritual, sino una consagración interior al servicio de la luz. Y que la sabiduría, lejos de ser una meta alcanzada, es una llama que debe mantenerse viva cada día, en cada gesto, en cada decisión. Solo así la logia será más que un conjunto de hombres y mujeres, será un templo viviente del espíritu.

 

Referencias bibliográficas sobre la relación simbólica, espiritual y funcional entre el venerable maestro con la columna de la sabiduría

 1. Oswald Wirth. El Aprendiz Masón: “el venerable maestro está asociado a la columna de la sabiduría porque es él quien, desde el oriente, hace nacer la luz del pensamiento justo y guía a los hermanos en la dirección de la obra espiritual.”

2. Walter Leslie Wilmshurst. El significado de la Masonería: “El Venerable Maestro, sentado al Oriente, representa el centro de Sabiduría de la Logia. No como un hombre sabio, sino como quien encarna el Principio Sapiencial por el cual la construcción masónica adquiere sentido.”

3. Jules Boucher. El Simbolismo Masónico: “La columna de la sabiduría está en el oriente, no por azar, sino porque allí reside el venerable maestro, en quien se espera que la sabiduría ritual se transforme en discernimiento operativo.”

4. Albert Pike. Moral y Dogma: “El asiento del venerable maestro al oriente no es un trono de poder, sino el altar de la sabiduría. Desde allí se irradia la luz necesaria para construir el templo.”

5. Jean-Marie Ragon. Curso Filosófico de Iniciaciones Antiguas y Modernas: “El venerable representa la sabiduría activa; es la mente directriz que da forma y orientación a los trabajos, tal como la columna oriental sustenta el pensamiento creador.”

6. René Guénon. Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada: “La sabiduría es principio axial del templo. El maestro que la representa en el oriente debe ser símbolo viviente del logos que ordena y dirige.”

7. Manly P. Hall. La masonería de los Antiguos Egipcios: “El venerable maestro está entronizado en oriente, sede de la sabiduría, pues de allí proviene la primera luz del entendimiento. El maestro es, por tanto, la personificación de la sabiduría divina.”

8. Albert G. Mackey. Léxico de la masonería: “El pilar de la sabiduría se sitúa en el oriente, pues es responsabilidad del maestro planificar la obra. Él es la personificación de la sabiduría entre los tres gobernantes.”

9. Dom Pernety. Diccionario Mito-Hermético: “La sabiduría es la causa formal de toda arquitectura simbólica; por eso el maestro venerable, como imagen del principio intelectual, se sienta en su correspondencia.”

10. Carlos Álvarez Ferrer. Masonería y filosofía: “la sabiduría que se deposita en el venerable no es suya, sino que es prestada por el símbolo; él debe transparentar la columna oriental que lo sostiene, no opacarla con su ego.”

11. Rafael Melgar. La mística del Oriente Masónico: “el maestro ocupa el oriente porque es allí donde la sabiduría se manifiesta como luz primera. Él es llamado a ser su instrumento, no su dueño.”

12. Luis Bonavita. Tratado de simbolismo masónico: “El venerable maestro y la columna de la sabiduría forman una unidad simbólica: él encarna la capacidad de discernir, de intuir el orden, de preservar el eje del templo.”

13. Ramón Martí Alsina. Teología y simbolismo masónicos: “La Columna de la Sabiduría no se entiende sin el Venerable Maestro, y éste no se comprende sin ella: ambos son expresión de la misma verticalidad espiritual que guía a los constructores.”

14. Salvador Allende. Masón, discurso en R L Progreso Nº4: “el venerable maestro no gobierna; orienta. Y lo hace desde la sabiduría que simboliza su trono oriental, desde donde nace la luz que ordena nuestros trabajos.”

15. Gonzalo Gallo González. Masonería y conciencia espiritual: “El venerable y la columna oriental son inseparables: sin sabiduría no hay guía verdadera, y sin guía, la logia es un cuerpo sin rumbo.”



[1] Jules Eugène Boucher​ ​ (28 de febrero de 1902-9 de junio de 1955), fue un escritor, ocultista, alquimista, masón y gran maestro francés.​ Su libro El Símbolo Masónico es utilizado como un manual entre los masones franceses.​Boucher publicó varios artículos sobre alquimia y masonería en las revistas: Simbolismo, tu Felicidad e Iniciación y Ciencia

[2] Oswald Wirth. (5 de agosto de 1860, Brienz, Suiza - 9 de marzo de 1943) Gran conocedor de las tradiciones antiguas, escribió varias obras que han llegado a nuestros días como auténticos clásicos del mundo iniciático y el simbolismo, como los famosos manuales de Aprendiz, Compañero y Maestro, El ideal iniciático, El simbolismo astrológico, El simbolismo hermético y su relación con la alquimia y la francmasonería, Hermetismo y francmasonería, La imposición de las manos, Tarot y el arte de la memoria y Teoría y símbolos de la filosofía hermética. También es autor del conocido como «Tarot de Wirth», uno de los más ampliamente difundidos en todo el mundo.

[3] Walter Leslie Wilmshurst (22 de junio de 1867 - 10 de julio de 1939). fue un autor inglés y masón. Publicó cuatro libros sobre la masonería inglesa y muchos artículos en La Revista de lo Oculto. Libros: El significado de la masonería (1922), La ceremonia de iniciación (1932), La ceremonia del fallecimiento, Notas sobre la Conciencia Cósmica y Iniciación Masónica (1924).

 


EL SEGUNDO VIGILANTE Y SU RESPONSABILIDAD EN LA FORMACIÓN DE LOS APRENDICES MASONES - Anexo: Plan de formación progresiva para el Aprendiz Masón -

  Sentado en el Sur, donde el Sol alcanza su cenit y la luz se encuentra en su apogeo, el S • • • V • • • representa simbólicamente el med...